No quiero ser polvo (México-Argentina/2021). Dirección: Iván Löwenberg. Elenco: Bego Sainz, Eduardo Azuri, J.C. Montes-Roldán, Mariana León, Mónika Rojas, Iván Löwenberg. Guión: Iván Löwenberg. Fotografía: Rodrigo Calderón García. Edición: Damián Tetelbaum. Sonido: Gaspar Scheuer. Distribuidora: Cinetrén. Duración: 86 minutos. Salas: 24.
Por Hernán Cortés
El 21 de diciembre de 2012 fue la fecha que astrónomos mayas predijeron, miles de años atrás, que el mundo atravesaría el fin de una era y el comienzo de otra, cosa que a las claras nunca ocurrió. En septiembre de 2022, la Justicia argentina allanó un local donde, tras la pantalla de una escuela de yoga, funcionaba una secta que captaba personas vulnerables y las sometía a la servidumbre y la prostitución. Separados por una década y sin aparente relación entre sí, son dos acontecimientos que de algún modo resuenan luego de ver No quiero ser polvo, coproducción mexicano-argentina que se estrena en medio del fervor mundialista que vive nuestro país.
Para quienes desconocen (desconocemos) en profundidad sus dinámicas, las sectas posiblemente no sean más que asociaciones ilícitas dedicadas a lavar cerebros y esquilmar bolsillos. Pero, ¿qué lleva a una persona a incorporarse a este tipo de grupos? ¿Qué carencias en su vida deben suplir para entregarse en cuerpo y alma hasta la alienación? Son interrogantes que no resolveremos aquí pero que el director Iván Löwenberg abordó para su segunda película, basada en hechos reales de su propio hogar (en una entrevista reciente señaló que se crió en un ambiente donde sus padres y amigos de éstos creían en un posible cataclismo).
Bego (Bego Sainz) es una típica de ama de casa aburrida de la desatención de su marido, que trabaja mucho, y de su hijo, más preocupado por irse a Buenos Aires a cursar una maestría en cine (no es casualidad que sea interpretado por el propio Löwenberg). Pero pese a que el cliché indicaría que se busca un amante, Bego en cambio llena sus días asistiendo a una escuela de meditación donde, poco a poco, comienzan a advertirle que el mundo entrará en "una nueva dimensión" y que se viene una etapa "de oscuridad".
Si bien esta bajada de línea es un tanto grotesca (el "mensajero" es un presunto físico cuántico con contactos en la NASA) y no especifica bien de qué se trata este supuesto apocalípsis (¿será un sismo más brutal que otros sufridos por la Ciudad de México?), Bego, junto a otros compañeros se lo toman como una causa personal. Ella tratará de adoctrinar sobre esta catástrofe a todo aquel con el que se cruce (empezando -claro- por su familia), ensayará protocolos de prevención en su departamento y acopiará provisiones como para una guerra. En principio su marido y su hijo le siguen la corriente, pero su prédica la irá aislando cada vez más.
La película no indaga demasiado en la psicología de la protagonista y un poco cuesta entender este fanatismo repentino (Bego no parece alguien mentalmente inestable, aunque sí muy sola), lo que puede deberse a decisiones de Löwenberg sobre qué contar y qué no de su experiencia. El problema es que hay más de una situacion que resulta un tanto sobreactuada, por no decir absurda (la escena que trasncurre en un cumpleaños familiar es un ejemplo), y es difícil empatizar con Bego, comprender realmente por qué hace lo que hace. Tampoco ayuda un giro de guión que logra que el film pierda definitivamente el rumbo. Una pena, ya que con un poco más de rigor narrativo se podría conocer -al menos desde la ficción, claro- un poco más sobre estos cultos religiosos y su modus operandi para manipular almas débiles.
0 comentarios :
Publicar un comentario