Jesús López, cuarta película del entrerriano Maximiliano Schonfeld, vuelve a tener como protagonistas a una comunidad descendiente de alemanes, esta vez en una historia de mimetización.
Por Hernán Cortés
La provincia de Entre Ríos ha ganado presencia como escenario del cine argentino contemporáneo a través de directores como Celina Murga, Eduardo Crespo, Iván Fund y Maximiliano Schonfeld, éste último enfocado en la descendencia alemana asentada allí. En Jesús Lopéz, cuarta película de Schonfeld, que integra la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata, la acción vuelve a situarse en una comunidad de "gringos" de pocas palabras y atmósfera enrarecida.
El Jesús López del título es un joven piloto, y a la vez, orgullo del pueblo, que muere en un accidente de moto. Tal vez como un modo de aplacar el duelo, los padres de Jesús comienzan a incorporar a su sobrino Abel -por ende, primo de Jesús- a sus actividades: lo alojan en su casa, le prestan la ropa del difunto, lo integran a su grupo de amigos y llegará a correr una carrera con su auto. A Abel no parece disgustarle esta especie de reemplazo, al punto de mimetizarse con el personaje (hay también un acercamiento a la novia de Jesús).
Schonfeld -esta vez con la colaboración de la escritora Selva Almada en el guion- es un narrador más preocupado por los climas que por la acción dramática. Promediando la película hay un discutible giro fantástico que altera el fuego lento que venía sosteniendo pero que de todas maneras -y sumado al gran trabajo de sonido y fotografía- no deteriora el resultado final.
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