Por Hernán Cortés
(Desde Montevideo)
Fellini, Hitchcock, Buñel y Martel siguen allí, canonizados en la avenida 18 de Julio, aunque este año acompañarán de lejos. Luego de 36 años de fijar residencia en la Cinemateca 18 –donde fue plasmado un mural que ilustra a estos cuatro próceres–, el Festival Cinematográfico del Uruguay le dice adiós a su histórica sede y se muda a un moderno complejo perteneciente a la Corporación Andina de Fomento, ubicado detrás del Teatro Solís, en la Ciudad Vieja montevideana.
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| La inauguración del 37 Festival Cinematográfico del Uruguay tuvo lugar en el Teatro Solís |
El cambio obedeció a privilegiar la calidad por sobre la mística. Si bien la sede anterior era considerada un verdadero templo para los cinéfilos uruguayos, incluso un espacio de resistencia durante la oscura época dictatorial, lo cierto es que las instalaciones evidenciaban el paso del tiempo y las condiciones técnicas muchas veces no eran las mejores.
Las tres salas debutantes –cómodas y equipadas a los tiempos que corren– albergan desde diciembre pasado a la Cinemateca Uruguaya y significan un lavado de cara para un festival que, pese a las modificaciones formales, mantiene intacto su buen nivel de programación. Así lo expresaron la directora de la Cinemateca, María José Santacreu, y la directora artística del festival, Alejandra Trelles, durante la inauguración, que tuvo lugar ayer en el ahora vecino Teatro Solís con la proyección del film brasileño Deslembro, de Flavia Castro.
Con 240 películas en su grilla, basada en títulos con recorrido internacional y algunos “descubrimientos”, el festival –que se extiende hasta el domingo 28 de abril– cuenta con 10 secciones competitivas y panorámicas, además de un foco en el cine español actual, un apartado de cine y música en Ensayo de Orquesta, otro meta cinematográfica con Ojo con el cine y muestras de otros festivales afines.
La propia Deslembro, que integró la sección Horizontes del último Festival de Venecia, fue una prometedora apertura. La película está ambientada a fines de los 70, época en que fue promulgada la Ley de Amnistía en Brasil, y se centra en Joana, una adolescente que vuelve a Río de Janeiro junto a su familia (su madre, la pareja de ésta y dos hermanos menores) luego de un exilio en París. La espera una ciudad prácticamente desconocida, mientras todavía carga con el dolor por un padre desaparecido durante la dictadura. Pero también será una oportunidad para descubrirse a sí misma: a la par de indagar en las heridas del pasado, Joana establece una complicidad con su abuela, escucha rock, lee Rayuela y hasta se echa un noviecito. El film resulta un coming of age que, si bien su trasfondo político es omnipresente, nunca apela al panfleto ni a la bajada de línea.
Algunos platos fuertes de la Competencia Internacional son Synonymes, de Nadav Lappir, ganadora del Oso de Oro en la última Berlinale, que sigue las peripecias de un joven israelí en París; Repertorio de ciudades perdidas, de Denis Coté, que narra las consecuencias que ocasiona un accidente de tránsito en un pequeño pueblo; y Nuestro tiempo, de Carlos Reygadas, que pasó por San Sebastián y donde el realizador mexicano expone en carne viva su crisis matrimonial. Por su parte, en la Competencia de Derechos humanos podrá verse Santiago, Italia, de Nanni Moretti, sobre el asilo que otorgó la embajada italiana a los opositores al golpe de Estado en Chile, en 1973.
En cuanto a la presencia argentina en el festival, se destacan De nuevo otra vez, el debut tras las cámaras de Romina Paula, que luego de su exhibición en Rotterdam aquí participará de la Competencia Iberoamericana; La boya, de Fernando Spiner, y El futuro que viene, de Constanza Novick, ambas de la sección Panorama de Largometrajes Internacionales; además del corto Shakti, de Martín Rejtman (Panorama de Cortometrajes Internacionales), y una exhibición especial de La flor, de Mariano Llinás.
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