sábado, 6 de abril de 2019

En la sección principal se presentaron Noemí Gold, coproducción argentina, mexicana y estadounidense dirigida por Dan Rubenstein, y la israelí God of de piano, de Itay Tal.

Por Hernán Cortés

Una futura madre que no quiere serlo y otra que lo fue pero teme lo peor para su hijo son los conflictos que abordan, respectivamente, Noemí Gold, coproducción argentina, mexicana y estadounidense dirigida por Dan Rubenstein, y la israelí God of de piano, de Itay Tal, ambas representantes de la Competencia Internacional del Bafici.


En el film de Rubenstein -donde también él actúa-, la Noemí del título (Catalina Berarducci) es una joven que atraviesa un embarazo no deseado. Impulsada por su roommate Rosa (Martina Juncadella), prueba realizarse un aborto en una clínica local pero fracasa en el intento, por lo que la solución será cruzar a Uruguay, donde es legal la interrumpción del embarazo. Para colmo, el futuro padre -el dueño de una galería de arte- no parece demasiado dispuesto a colaborar con la iniciativa y tampoco ayuda a Noemí la visita de un primo de Estados Unidos (Rubenstein) que vive pegado a su celular. Así están planteadas las cosas en esta comedia urbana en la que se ponen en relieve temas de agenda pública (la imposibilidad de abortar en nuestro país), los no-tan-nuevos vínculos entre jóvenes (sí, hay redes sociales y whatsApp) y cierta tilinguería propia del mundo del arte. Algunas situaciones que coquetean con el absurdo sacan una sonrisa, pero en líneas generales se trata de una película tan dispersa como sus protagonistas.


El peso de dedicarse a lo mismo que su padre parece ser el drama de Anat, pianista quizás más por imposición que por vocación y protagonista de God of de piano. Hija de un destacado concertista, acaba de ser madre y recibe un golpe brutal: la criatura padece una sordera incipiente, lo que truncaría sus expectativas de que continúe con el legado familiar. Pero el bebé se repone y ya siendo niño no le va mal con las teclas, aunque la sombra de su madre (y principalmente de su abuelo) están ahí. Una película dura, en la que los deseos proyectados en terceros (y sus consiguientes frustraciones) pueden rozar la locura, tensiones que maneja con pericia la directora Tal en sus poco más de setenta minutos de duración.

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