sábado, 9 de marzo de 2019

Tras la presentación en la apertura de la valiosa Niña errante, la producción local ofreció otros tres exponentes con dispares resultados.

Por Hernán Cortés
(Desde Cartagena de Indias)

Tras la polémica de la apertura y las visitas de Ethan Coen y Michael Shannon, los focos del Festival de Cine de Cartagena de Indias (FICCI) se posaron sobre las tres películas colombianas que tuvieron su premiere ayer. El coqueto Teatro Adolfo Mejía -una suerte de Colón a pequeña escala- fue sede, en continuado, de las proyecciones de La fortaleza, de Andrés Torres (que integra la sección Documentes); Monos, de Alejandro Landes; y Los días de la ballena, de Catalina Arroyave Restrepo (estás últimas pertenecientes a Ficciones de aquí). Tres exponentes que navegan en la premisa integradora de esta edición del FICCI, aunque con búsquedas -y resultados- dispares.
 
 
 
¿Cómo filmar una película sobre una barra brava sin caer en el regodeo o en la denuncia de archivo? Quizás en Argentina, país donde la violencia en el fútbol está a la orden del día, un documental como La Fortaleza no estaría exento de polémicas. Andrés Torres sigue los avatares de la hinchada de Atlético Bucaramanga, un club de la segunda división colombiana cuyos seguidores están entre los más belicosos del fútbol local. El eje se centra en tres muchachos -de la segunda línea de la barra, digamos- y un acontecimiento especial: el equipo está las puertas de volver a Primera, para lo cual debe jugar una final primero de visitante y definir de local.

La película está dedicada en su mayor parte al viaje de estos tres veinteañeros hacia el estadio del otro finalista, donde atraviesan rutas, se cuelan en transportes y tratan de conseguir alimentos en cada paraje, todo con tal de hacerle el "aguante" al equipo de sus amores (estos chicos no cuentan con las prebendas que recibe una barra más poderosa). Se trata de una experiencia por momentos extrema, en la que el director juega al límite tanto en lo físico (la cámara se trepa a camiones a la par de los hinchas) como en lo ético: ¿Hasta donde se busca anteponer la pasión y el folklore del fútbol por sobre una violencia latente, donde no hay empacho en mostrar a los muchachos armándose de cuchillos ante un eventual combate con los rivales? El propio Torres no es ajeno a esa ambivalencia, aunque en la presentación aclaró que se trata de una película sobre "la búsqueda de una identidad". Cada cual sacará sus propias conclusiones.
 
Y si hablamos de experiencias extremas, también lo fue -aunque desde otro enfoque- Monos, coproducción con Argentina y Francia que viene de pasar recientemente por los festivales de Berlín y Sundance. Alejandro Landes (Porfirio) plantea una ¿apócrifa? guerrilla en la que un grupo de chicos -cinco hombres y dos mujeres- alojado en un refugio de montaña mantiene cautiva a una ¿diplomática? norteamericana. Nada está del todo claro aquí, y ese es uno de los méritos de esta enigmática y vibrante película. Los lineamientos militares a seguir llegan por parte de un superior que los visita cada tanto, pero lo cierto es que estos jóvenes tienen sus propias reglas y cabecillas. El romance entre dos de ellos y un suceso alrrededor de una vaca que cuidan radicalizarán cada vez más la postura del grupo, que se mueve entre la disciplina castrense y la ley de la selva (justamente uno de los escenarios donde transcurre el último -y fatal- tramo del film). Con una fotografía notable y rasgos de Los salvajes, del argentino Alejandro Fadel (no faltan pasajes oníricos), Monos resulta una propuesta tan provocadora como estimulante.
 
Tal vez fue tanta la intensidad de los films anteriores que una película como Los días de la ballena, que aunque también aborda cuestiones sociales, resultó un tanto desabrida como postre. Explorando tópicos retratados por el cine colombiano reciente como la violencia en Medellín (con Matar a Jesús como ejemplo más próximo) y el mundo del arte callejero (ahí se inscribe Los hongos, de Oscar Ruiz Navia), el debut Catalina Arroyave Restrepo se centra en el vínculo entre Cristina, una chica proveniente de un sector próspero de la ciudad, y Simón, un joven más humilde. A estos "amigovios" los une la pasión por el graffiti, y su base de operaciones es un centro cultural constantemente amenazado por las pandillas de la zona (les hacen pagar un "peaje"). Pintar o no pintar un muro enfrente del lugar parece ser el conflicto principal de un film cuyas ideas centrales son el rol del arte como integrador social, la libertad de expresión y las mafias por el control territorial. El problema radica en cierta falta de fluidez narrativa y algunos desniveles actorales, aspectos que le hubiesen dado un poco más de solidez a la propuesta.

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