Por Hernán Cortés
En tiempos donde reina la hiperconectividad, cada propietario de un teléfono celular puede esconder un verdadero universo detrás de su pantalla, oculto incluso para sus seres más cercanos. Tal es la premisa de la nueva película de Álex de la Iglesia, que si bien es una remake del éxito de taquilla italiano del año pasado -dirigido por Paolo Genovese-, aquella pulsión que tiene el bilbaíno por agrupar personas capaces cometer las peores bajezas unos a otros la hace parecer una concepción cien por ciento suya.
La matriz del film se enmarca dentro de aquel subgenero de la comedia que podría denominarse "cena de amigos": una reunión de comensales donde con el correr de la noche afloran las peores miserias. Aquí hay un par de parejas de mediana edad que más que quererse parecen soportarse, unos recién casados en pleno romance y un looser separado y desempleado. Para "levantar" lo que promete ser un encuentro aburrido, uno de ellos propone que cada uno deje su celular en la mesa y haga público cada mensaje o llamado que reciba. El juego es riesgoso (resulta una utopía pasar un par de horas sin ser requerido o anoticiado por alguien), por lo que irá asomando un espiral sin retorno de secretos y mentiras que tocará de cerca a los participantes.
Pese a que no se trata en absoluto de una propuesta novedosa y, como otras, siempre al borde del "teatro filmado" (poco aporta un inmimente eclipse como telón de fondo), De la Iglesia -a cargo también del guión junto a su habitual colaborador Jorge Guerricaechevarría- expone su conocida maestría para los diálogos mordaces y los inesperados puntos de giro, andamiaje sostenido por la solidez de un elenco encabezado por Belén Rueda, Eduard Fernández, Ernesto Alterio y Eduardo Noriega.
¿Que por momentos Perfectos desconocidos cae en la crítica algo ramplona del afiebrado uso de la tecnología? Es probable ¿Que no se prive de algún que otro exceso? También se concede. Pero no deja de invitar a reflexionar, en plena era de la sobrexposición, acerca de cuán verdaderamente conocemos a las personas con las que compartimos nuestros días. Y reafirma lo que De la Iglesia sostiene en cada título que lleva su firma, aun tratándose de una adaptación: la humana es una raza despreciable.
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