Por Hernán Cortés
"¿Es ficción? ¿Es documental? No lo sé, yo creo que simplemente es", dijo Baltazar Tokman, director de Casa Coraggio, en una entrevista durante el último BAFICI (la película participó de la competencia local). Esa misma ambiguedad podrá asaltar a más de un espectador, ya que todo el tiempo sobrevuela la duda sobre cuánto hay de cierto y cuánto de inventado hay en este híbrido de profesionales y no actores centrado en el quehacer de una cochería fúnebre (la Casa Coraggio del título) de Los Toldos, en la provincia de Buenos Aires.
El punto de vista descansa en la treintañera Sofía (Sofía Urosevich), hija de Alejandro, el dueño de Casa Coraggio. Ella viajará para pasar las Fiestas con su familia, pero el motivo real es empezar a hacerse cargo del negocio a instancias de una riesgosa enfermedad de su padre. Allí Sofía irá desentrañando algunas historias familiares (la separación de sus padres, cómo la funeraria pasó de generación en generación) y experiencias propias (su maternidad a los quince años, por ejemplo).
Si se deja de lado la dicotomía entre ficción y realidad, por momentos la película fluye y se disfruta, como cuando permite asomarse a algunos detalles de esta "industria de la muerte" ("El año pasado hubo 750 muertos acá, un poco más que el anterior", dice Alejandro, como quien cuenta fósforos). Pero en otros instantes Casa Coraggio puede volverse un tanto recargada y solemne, tanto en su música ampulosa como en el abuso de la paradoja del funebrero al borde de engrosar las estadísticas de fallecidos. Quizás una duración más acotada hubiese favorecido la cohesión de la propuesta.
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