Por Hernán Cortés
En el mundo del hampa, dentro de esas leyes nunca escritas llamadas códigos, lo que no se perdona es la traición. Lo que no se perdona es también el debut del salteño Cristian Barrozo, quien sitúa en su provincia un pequeño relato que gira en torno a una delación pero que también aborda temas de la agenda actual como la trata de personas y el debate por la edad de imputabilidad.
Dentro de un elenco compuesto por mayoría de actores no profesionales (la única excepción es Roly Serrano), el film tiene como protagonista a Leandro (Alvaro Massafra), un adolescente con "mala junta": pese a provenir de una familia de buen pasar (casa lujosa, colegio privado), sus amigos son precoces delincuentes. Todos ellos frecuentan el prostíbulo del "Gordo" Ovalle (Serrano), un conocido "pesado" de la zona, quien recluta a este grupo -principalmente a Leandro y su amigo Chachota (Luciano Ochoa)- para desvalijar casas mientras los dueños no están. Uno de estos "trabajitos" no sale como se esperaba y Ovalle queda en la mira de la policía. Al parecer, alguien lo habría delatado, por lo que no parará hasta dar con el "buchón".
Con reminiscencias al cine de Santiago Palavecino y Nicolás Grosso (realizadores que tiñen algunos escenarios del interior del país de un aura inquietante), Barrozo es un hábil constructor de climas, a los que adereza con sugerentes recursos formales (travellings, ralentis, alguna música opresiva). Perturbadora en más de un pasaje, la película también pone sobre el tapete las tensiones propias de las diferencias de clase y el abandono a su propia suerte de algunos jóvenes. Quizás faltaría ajustar alguna tuerca en la estructura narrativa (la resolución no queda del todo clara), pero se trata de un logrado exponente de una camada que busca resignificar el cine gestado más allá de Buenos Aires.
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