Por Hernán Cortés
Son contadas las cosas que están claras cuando transcurre Los ausentes y no mucho más se sabrá luego del último fotograma. Es que el debut de Luciana Piantadina -habitual guionista de Adrián Caetano- se inscribe en una reciente camada del cine local, que opta por filmar el interior del país despojándolo de los estereotipos campestres y que prioriza los climas y los riesgos formales en detrimiento de la acción dramática.
En esta oportunidad, el lugar elegido es un pueblo de Buenos Aires (Beguerie, cercano a Roque Pérez, de apenas 400 habitantes). Sin demasiadas certezas acerca de ellos, van apareciendo los personajes: una pareja de primos (Jimena Anganuzzi y Agustín Rittano) que están a cargo de un almacen-hosteria y esperan un hijo, un extraño visitante (Jorge Prado) que busca a su mujer, y un flamante viudo (Alberto Suarez) atrapado en la burocracia de los trámites de defunción.
Aunque el mayor protagonismo se lo llevan la Gringa y su primo, las ausencias, los temores, la paranoía, el vouyerismo y demás traumas no resueltos serán rasgos comunes a todos. Las historias transcurren en paralelo y es cuando se rozan donde el relato cobra mayor tensión. Dentro de la propuesta de Piantadina, si bien hay morosidad narrativa, pueden hallarse un par de momentos cautivantes (la escena del baile de Carnaval es uno de ellos), dignos del mejor terror. Una película extraña, más aun que varias de sus contemporáneas.
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