Por Hernán Cortés
Promediando La luz incidente, la cámara se posa en el rostro tenso del personaje de Érica Rivas mientras baila el vals con su flamante marido. Algo no anda bien, y es inevitable retrotraerse al episodio de Relatos Salvajes (2014) en el que la actriz dinamita su propia boda. Pero hubiese resultado una estridencia que no cuajaría con una película donde el dolor y el malestar se cocinan a fuego lento durante todo el metraje.
Luego de varios años de silencio cinematográfico (su última película fue El otro, de 2007), Ariel Rotter vuelve con una propuesta ambientada en la década del 60, en el que se advierten rasgos estéticos y dramáticos del cine local de aquel periodo (el "verdadero" Nuevo Cine Argentino). La historia se centra en Luisa (Rivas), una reciente viuda que queda a cargo de sus dos pequeñas hijas y un panorama desolador por delante, pese a que cuenta con el apoyo de su madre (Susana Pampín) y una decente posición económica. Cuando la herida aun está en carne viva, Luisa conoce a Ernesto (Marcelo Subiotto), un cuarentón tan simpático como avasallante, deseoso de formar una familia.
Con una sobria recreación de época -que incluye a la elegante fotografía en blanco y negro y una cuidada dirección de arte- como telón de fondo, La luz incidente se debate entre la angustia interior de la protagonista y la presión de su entorno para que rehaga su vida. A tono con los años en los que transcurre la historia, se impone la presencia de un hombre en la casa, más allá de que Luisa todavía está transitando el duelo.
No sería una novedad destacar la solidez de Rivas en su performance, pero lo de Subiotto es toda una revelación. Son ellos, acompañados por una Pampín a la altura, quienes conducen este film reposado, sensible y hasta por momentos enigmático (la acción descripta en el primer parrafo no resulta en absoluto un spoiler). Ojalá se vuelvan a tener noticias de Rotter en un tiempo no tan lejano.
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