Por Hernán Cortés
Irene (Margherita Buy) parece encarnar a la persona ideal para su trabajo. Atractiva, sin esposo ni hijos y con plena disponibilidad de su tiempo, esta mujer que transita la mitad de los cuarenta se dedica a recorrer de incógnito hoteles cinco estrellas elaborando puntillosos informes -que en la mayoría de los casos son lapidarios- para una empresa auditora. Cada vez que se hospeda, Irene toma en cuenta desde la sonrisa del conserje hasta la temperatura de la sopa que va a cenar, pasando por el tiempo de tardanza (¡cronometrado!) del servicio de habitación. Es lo que en la jerga hotelera llaman "huesped misterioso". Claro que esta rutina de suites de ensueño, comidas sofisticadas y piletas fastuosas amenaza con convertir a Irene en un ser frío y desapegado.
El núcleo de la película de Maria Sole Tognazzi es el doble filo que implica esta libertad. Que en el caso de Irene nunca es completa ya que, por distintos motivos, no puede cortar lazos con su demandante hermana, apenas un par de años menor y con esposo e hijas, y su ex pareja, ahora mejor amigo y futuro padre producto de una relación casual. Pendulando entre estos dos vínculos, el film trabaja -con algo de moralina- sobre la (presunta) soledad de la protagonista y las preocupaciones de su entorno, aunque lo hace sin encontrar un foco sólido.
No suman, por caso, las subtramas donde el punto de vista recae sobre los secundarios y tampoco los fugaces encuentros de Irene con otras "almas gemelas" (un galan maduro y una excentrica sexóloga, ambos tambien huéspedes solitarios) tienen la profundidad deseada. Así, Viajo sola alterna entre estas dispersiones -que son capeadas en buena parte por el oficio de Buy- y algunos recursos (mejor: chivos) orientados a la promoción de las ciudades que se visitan y, por supuesto, sus faraónicos hoteles.
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