Por Hernán Cortés
A Pierre lo vemos sonreir recién en el instante final de A la sombra de las mujeres. Es que la vida de este desapegado cineasta interpretado por Stanislas Merhar es tan gris como las imágenes de la película (fue rodada en blanco y negro). Realizador de bajo presupuesto, no logra avanzar en un documental dedicado a la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial y la relación con su esposa (que es también su editora) va camino a echarse a perder como una salsa fuera de la heladera.
Ni siquiera el hecho de conocer a una pasante con la que comenzará a intimar le inyectará algo de pasión a esa existencia vacía. Pierre justifica la infidelidad con el peor de los argumentos machistas: "Soy hombre". Pero su mujer Manon (Clotilde Courau) también tiene lo suyo fuera de casa. Así, con las cartas sobre la mesa, la relación se tornará por algunos momentos simbiótica (nadie está dispuesto a abandonar al otro) y por otros psicótica (Pierre espía a Manon en la calle).
Deudor de la Nouvelle Vague (y sobre todo de Truffaut), el film de Phillippe Garrel no consigue que el espectador empatice con esta no-tan-joven pareja bohemia y sus deliberaciones sobre el amor y la poligamia. De esta manera, la escasa duración de la película (poco más de una hora) se volverá insólitamente eterna.
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