martes, 3 de noviembre de 2015

Por Hernán Cortés
(Desde Mar del Plata)

Al momento de escribir estas lineas, el cielo de Mar del Plata se cubrió de nubes. Pero durante la mañana brilló el sol sobre la Feliz y, casualidad o no, también brilló el cine en la oscuridad del Teatro Auditorium. La competencia internacional ofreció dos buenos títulos que revirtieron alguna que otra decepción anterior (concretamente, la fallida Mecánica popular, de Alejandro Agresti). Hoy hicieron su presentación la francesa El precio de un hombre, de de Stéphane Brizé, y la canadiense Remember, de Atom Egoya.


 Francia bien ya podría erguirse como usina de un hipotético género denominado "cine de desempleo". Al igual que películas como Recursos Humanos, El empleo del tiempo o El adversario, el film de Brizé sigue las penurias de un hombre de mediana edad que perdió su trabajo. En este caso se trata de Thierry (Vincent Lindon), desocupado hace algunos meses y encargado de mantener a su mujer y a su hijo discapacitado. Dirigido también por Brizé en Algunas horas de primavera, Lindon vuelve a encarnar a un personaje aplomado, con un rostro cargado de melancolía (favorecido por numerosos primeros planos). Mientras intenta reinsertarse en el mercado laboral, Thierry es humillado en un par de entrevistas, hace cursos de nula utilidad y hasta fracasa en la venta de una casa de fin de semana destinada a "parar la olla". Así y todo, no está dispuesto a resignar su dignidad. Finalmente, consigue un empleo como vigilador en un hipermercado donde tiene que exponerse a evitar  robos de mercadería (incluso por parte de ancianos) o denunciar a algún empleado que se queda con un vuelto (el uso de planos secuencia durante estas situaciones refuerzan su patetismo). El precio de un hombre, aunque quizás no aporte una visión distinta de sus "antecesoras", no deja de interpelar acerca del drama de la desocupación y la precariedad laboral. El final, fuera de cualquier justicia poética, demuestra que el trabajo no siempre dignifica.



Por su parte, Remember indaga sobre aquellas heridas que provocó el nazismo y que el tiempo no logró cerrar. Zev (Christopher Plummer) es un anciano judío con demencia senil que vive en un geriátrico en Estados Unidos. Allí se encuentra con Max (Martin Landau), un octogenario que fue torturado en Auswitch y que cree reconocerlo como otro sobreviviente de aquel campo de concentración. Max averigua quién fue exactamente el oficial que mató a sus familias y le propone a su compañero que lo busque y lo asesine. A pesar de sus lagunas mentales (por momentos se olvida de que su esposa falleció o incluso de que está por consumar un asesinato), Zev sale a concretar la venganza, pero hay un problema: al menos cuatro personas se llaman igual que el torturador, por lo que Zev debe estar bien seguro antes de proceder. Si se omiten algunas licencias del guión (hay un par de situaciones que resultan groseramente inverosímiles), la película logra que el espectador se contagie de la impresibilidad de su protagonista, con picos de tensión incluídos, sobre todo en el último tramo. Un sostenido aplauso en la función de prensa y una concurrida conferencia con Egoya hacen pensar en Remember como una de las favoritas para ganar el Astor de Oro.

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