Por Hernán Cortés
Las cifras no mienten acerca de lo difícil que es filmar en Paraguay: en toda su historia se produjeron apenas 28 películas, sumado al preocupante detalle de que el país no cuenta con un instituto de cine. Sin embargo, el año pasado parecieron soplar vientos de cambio con la irrupción de 7 cajas, film que presentaba una propuesta inédita hasta el momento y que fue un récord en la taquilla guaraní (la vieron 450.000 espectadores). Incluso en Argentina protagonizó un pequeño fenómeno -boca a boca mediante- que le permitió permanecer varias semanas en cartelera.
Si el inesperado éxito de 7 cajas marcó un precedente, puede considerarse a Luna de cigarras, que llega hoy a las salas locales, como su natural continuadora. Ambas películas comparten productora y admitidas influencias de Guy Ritchie y Quentin Tarantino, sobre todo de este último. De hecho, el film de Jorge de Bedoya abre con una escena que remite directamente a Perros de la calle: alrededor de una mesa, cinco mafiosos discuten si la caipirinha brasileña es mejor que la paraguaya, lo que dará pie a un flashback con el comienzo de la historia.
La trama está narrada desde tres puntos de vista diferentes. Por un lado, JD Flitner, un norteamericano que llega a Paraguay con una valija de dólares para comprar un campo; por otro, Gatillo, uno de mencionados gángsters, que introduce a Flitner en un negocio oscuro para comprar dicho campo; y por último, Rodrigo, un integrante de la misma banda pero sin muchas luces. Provisto del dinero del yanqui, Gatillo buscará desplazar a su jefe, el temible Brasiguayo, pero las cosas no resultarán sencillas, en una noche que incluirá mexicaneadas, prostitución y hasta tráfico de órganos.
Lo que en las interpretaciones no sobra (las actuaciones están apenas correctas, aunque los maleantes ganan en simpatía) se destaca en los rubros técnicos: hay un buen trabajo de fotografía (mérito del DF Nahuel Varela) y se nota una inyección de recursos en la producción (unas imponentes tomas aéreas de Asunción dan cuenta de esto), además del acertado uso de las locaciones, donde se pasa de la sordidez de la capital paraguaya a la naturaleza del Parque Nacional de Ybycui
Mas allá de que a Luna de cigarras le cueste despegarse de la omnipresente estética tarantinesca (desde los títulos hasta la banda sonora), la película se planta como una opción más que valiosa para un cine que está renaciendo.
La trama está narrada desde tres puntos de vista diferentes. Por un lado, JD Flitner, un norteamericano que llega a Paraguay con una valija de dólares para comprar un campo; por otro, Gatillo, uno de mencionados gángsters, que introduce a Flitner en un negocio oscuro para comprar dicho campo; y por último, Rodrigo, un integrante de la misma banda pero sin muchas luces. Provisto del dinero del yanqui, Gatillo buscará desplazar a su jefe, el temible Brasiguayo, pero las cosas no resultarán sencillas, en una noche que incluirá mexicaneadas, prostitución y hasta tráfico de órganos.
Lo que en las interpretaciones no sobra (las actuaciones están apenas correctas, aunque los maleantes ganan en simpatía) se destaca en los rubros técnicos: hay un buen trabajo de fotografía (mérito del DF Nahuel Varela) y se nota una inyección de recursos en la producción (unas imponentes tomas aéreas de Asunción dan cuenta de esto), además del acertado uso de las locaciones, donde se pasa de la sordidez de la capital paraguaya a la naturaleza del Parque Nacional de Ybycui
Mas allá de que a Luna de cigarras le cueste despegarse de la omnipresente estética tarantinesca (desde los títulos hasta la banda sonora), la película se planta como una opción más que valiosa para un cine que está renaciendo.
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