Cuna del petróleo
nacional, a la patagónica ciudad de Comodoro Rivadavia se le adjudicó una carga
de negatividad como a pocas localidades argentinas. Esta percepción, claro, no
es gratuita. Comodoro cuenta con, entre otras cosas, una de las mas altas tasas
de criminalidad del país, un elevado costo de vida regido por los sueldos del
petróleo y un territorio fértil para la prostitución y la trata de blancas.
Además, representa un epicentro del desarraigo, nutrido de una población
migrante cuyo paso por el lugar -y su trabajo- es estacionario o provisorio.
Conocedor del paño -vivió y
filmó Tiempos menos modernos, su
opera prima, en la región-, Simón Franco crea para Boca de pozo,
su segunda película, una atmósfera alienante. Allí sitúa a Lucho (Pablo
Cedrón), un anodino trabajador de un yacimiento -un “boca de pozo”, según la
jerga petrolera- que ve pasar sus días sin ninguna perspectiva a futuro. Su
mente siempre parece estar siempre en otra parte, actitud que no hace mas que
distanciarlo de su mujer e hijo. Y para palear su angustia, se refugia en la
bebida y en el juego clandestino. Claramente, no estamos ante un dechado de
virtudes.
Un huelga obliga a Lucho a trasladarse a la ciudad, donde
de deberá pasar tiempo con los suyos. Claro que no se sentirá del todo
cómodo. Boca de pozo muestra un
ambiente rebosante de testosterona, de machos proveedores, donde la mujer, en
aquellas zonas petroleras, puede ser considerado un accesorio molesto (la
esposa sensible, la madre metida, la amante naif). Pero el guión (autoría de
Franco junto a Salvador Roselli y Luis Zorraquín) nunca permite que Lucho toque
fondo. Aunque por momentos la película parezca el lado oscuro de la Patagonia
retratada por Carlos Sorín, aún en aquel lugar hostil y ventoso también puede
haber esperanza.
Boca de pozo se
estrena este jueves 12 en las siguientes salas:
-Cinemark (Palermo y San Justo)
-Hoyts (Unicenter, Quilmes, DOT y Temperley)
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