miércoles, 20 de noviembre de 2013

Desde Viña del Mar

Cine y mar es una combinación irresistible.  Lo intuyeron los creadores de los festivales de Cannes y San Sebastián, importaron el modelo los gestores de nuestro Mar del Plata y lo soñó allá por la década del 60 el doctor Aldo Francia, mentor del Festival Internacional de Cine de Viña del Mar, que desde el lunes está celebrando sus veinticinco años. Sin el frenesí del citado -e inabarcable- Mar del Plata, donde por estos días se están proyectando cerca de cuatrocientos films, el festival de Viña confirma aquello de que lo bueno y breve es dos veces bueno. Teniendo en cuenta además que casi la mitad de las proyecciones vienen de Argentina (país invitado de esta edición), hay tiempo para alternar entre las pantallas y la belleza de la ciudad balnearia chilena.

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Sorteados algunos problemas iniciales, el festival va tomando ritmo y ayer comenzó la Competencia Latinoamericana de Largometrajes con dos grandes películas. La primera de ellas es la venezolana Pelo malo, de Mariana Rondón. Ganador de la Concha de Oro en el reciente San Sebastián, el film de Rondón pone al desnudo la Caracas que intenta ocultar el gobierno bolivariano, por lo cual la realizadora recibió críticas hasta del mismísimo presidente Nicolás Maduro. El “pelo malo” del título es el que habita la cabeza de Junior, un niño de unos diez años cuya obsesión es alisar su ensortijada cabellera poniendo en práctica todos los métodos posibles (baño de aceite incluído). Para este propósito, Junior no cuenta con el apoyo de su madre Marta, emocional y económicamente desbordada ante la falta de trabajo y de un sostén masculino para la familia, que incluye también un bebé. El contexto tampoco ayuda: en el complejo de monoblocks donde viven es común escuchar disparos de armas de fuego y las veces que Marta intenta recuperar su empleo como seguridad privada (fue despedida por un motivo que no se aclara) la recibe un centro caraqueño tapizado de tráfico y smog. Con los últimos días de Hugo Chávez como telón de fondo -la película fue filmada mientras el ex presidente agonizaba- , Junior y Marta son dos almas solitarias dispuestas a todo con tal de ser un poco mas felices, cada uno a su modo, en la Venezuela actual.


Por su parte, El verano de los peces voladores  es un exponente del gran momento que vive el cine chileno. Una atmósfera enrarecida sobrevuela la película de Marcela Said, haciendo foco en una familia terrateniente con rasgos de la burguesía en decadencia de La ciénaga. Pancho, jefe de un clan que incluye mujer, hijos, cuñado y servidumbre, es propietario de una estancia en los bosques del sur trasandino, capaz de envenenar el agua de su lago para eliminar a las molestas carpas o electrificar los alambrados con tal de que la comunidad mapuche próxima ni se acerque. Entre un padre inescrupuloso y una madre sedada a fuerza de pastillas, Malena, la hija mayor, emerge como la mas lúcida del grupo, sensibilizada ante la tajante separación entre etnias y en pleno despertar sexual. Oscura e intrigante, así es El verano de los peces voladores, uno de los films con mas chances de ser premiado.

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