Desde Viña del Mar
Cine y mar es una combinación irresistible. Lo
intuyeron los creadores de los festivales de Cannes y San Sebastián, importaron
el modelo los gestores de nuestro Mar del Plata y lo soñó allá por la década
del 60 el doctor Aldo Francia, mentor del Festival Internacional de Cine de Viña del Mar,
que desde el lunes está celebrando sus veinticinco años. Sin el frenesí del
citado -e inabarcable- Mar del Plata, donde por estos días se están proyectando
cerca de cuatrocientos films, el festival de Viña confirma aquello de que lo
bueno y breve es dos veces bueno. Teniendo en cuenta además que casi la mitad
de las proyecciones vienen de Argentina (país invitado de esta edición), hay
tiempo para alternar entre las pantallas y la belleza de la ciudad balnearia
chilena.
Sorteados algunos problemas iniciales, el festival va
tomando ritmo y ayer comenzó la Competencia Latinoamericana de Largometrajes
con dos grandes películas. La primera de ellas es la venezolana Pelo malo, de Mariana Rondón. Ganador de la Concha
de Oro en el reciente San Sebastián, el film de Rondón pone al desnudo la
Caracas que intenta ocultar el gobierno bolivariano, por lo cual la realizadora
recibió críticas hasta del mismísimo presidente Nicolás Maduro. El “pelo malo”
del título es el que habita la cabeza de Junior, un niño de unos diez años cuya
obsesión es alisar su ensortijada cabellera poniendo en práctica todos los
métodos posibles (baño de aceite incluído). Para este propósito, Junior no
cuenta con el apoyo de su madre Marta, emocional y económicamente desbordada
ante la falta de trabajo y de un sostén masculino para la familia, que incluye
también un bebé. El contexto tampoco ayuda: en el complejo de monoblocks donde
viven es común escuchar disparos de armas de fuego y las veces que Marta
intenta recuperar su empleo como seguridad privada (fue despedida por un motivo
que no se aclara) la recibe un centro caraqueño tapizado de tráfico y smog. Con
los últimos días de Hugo Chávez como telón de fondo -la película fue filmada
mientras el ex presidente agonizaba- , Junior y Marta son dos almas solitarias
dispuestas a todo con tal de ser un poco mas felices, cada uno a su modo, en la
Venezuela actual.
Por su parte, El verano de los peces
voladores es un exponente del gran momento que vive
el cine chileno. Una atmósfera enrarecida sobrevuela la película de Marcela
Said, haciendo foco en una familia terrateniente con rasgos de la burguesía en
decadencia de La ciénaga. Pancho, jefe de un clan que
incluye mujer, hijos, cuñado y servidumbre, es propietario de una estancia en
los bosques del sur trasandino, capaz de envenenar el agua de su lago para
eliminar a las molestas carpas o electrificar los alambrados con tal de que la
comunidad mapuche próxima ni se acerque. Entre un padre inescrupuloso y una
madre sedada a fuerza de pastillas, Malena, la hija mayor, emerge como la mas
lúcida del grupo, sensibilizada ante la tajante separación entre etnias y en
pleno despertar sexual. Oscura e intrigante, así es El verano de los peces
voladores, uno de los films con mas chances de ser premiado.
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