Por Hernán Cortés
Cansado de su rutinario trabajo en una oficina, Mariano (Pablo Echarri) decide aceptar un retiro voluntario e invertir la indemnización en un sueño propio. Movido por la nostalgia, compra el kiosco del barrio de su niñez para atenderlo personalmente. Pese a que siempre es un riesgo dar ese tipo de "volantazos" pasados los cuarenta, su mujer y su hija lo apoyan y al principio todo parece ir bien, excepto por un detalle no menor: la cuadra del kiosco está próxima a ser cerrada por obras municipales, lo que bajaría considerablemente las ventas. A Mariano se le presentará una encrucijada: ¿perseverar en su sueño a como dé lugar o volver sobre sus pasos?
El largometraje debut de Pablo Gonzalo Pérez sigue las desventuras de su protagonista, que intentará por todos los medios que su negocio no se vaya a pique, y de algún modo retrata a una clase media argentina tan pujante como vapuleada (y no exenta de algunas avivadas). El problema es que muchas veces este tipo de propuestas terminan rozando el costumbrismo más ramplón. Pese a que algunos pasajes de El kiosco le den razón a ese preconcepto, la película se disfruta gracias a más de un gag efectivo y el buen timming entre Echarri y Roly Serrano, que aquí interpreta a un pizzero solidario con dotes de curandero.
El final, obviamente, será tranquilizador, pero para que no queden dudas que esto es cine y no televisión, Pérez adorna la puesta con algunos planos cenitales e incluye un simpático cameo de José Martínez Suárez, toda una institución en la pantalla grande. Algo es algo.
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