Por Hernán Cortés
Una tarde como cualquier otra en Montevideo, Alfonso (Alfonso Tort) termina su jornada laboral y se zambulle en el mar. Pero cuando sale, aparece en un agreste balneario, a la búsqueda de su mujer y su hija. Es el punto de partida de Las olas, tercera película del argentino radicado en Uruguay Adrián Biñiez, quien luego de retratar a un tímido hombrón en Gigante (que le valió el Oso de Plata en la Berlinale de 2009) y a un ex jugador de fútbol en El 5 de Talleres, incursiona ahora en terrenos fantásticos, aunque sin perder la melancolía y el humor asordinado característicos del cine "charrúa".
La premisa se irá repitiendo: cada vez que emerja del mar -pese a que físicamente se mantenga igual-, Alfonso se transportará a veranéos de distintas etapas de su vida. Así, volverá a la infancia para unas vacaciones junto a sus padres, a la posadolescencia en compañía de amigos y de algún escarceo amoroso, y llegará hasta la inmediata vida adulta, ya separado de su mujer (Julieta Zylberberg), en lo que resulta una de las mejores escenas de la película. Porque Las olas, en principio, parece ser eso: una acumulación de situaciones sin demasiada cohesión entre sí, divididas en capítulos títulados como novelas de aventuras.
Pero conforme avanza el relato estas piezas sueltas darán una idea del perfil de este anódino treintañero, que oscila entre la abulia y la perplejidad. Acompañada por cuidadas desiciones formales (movimientos de cámara panorámicos, fundidos a negro, utilización de locaciones a noche cerrada), la película resulta un curioso un golpe de timón para un cineasta que venía trabajando en zonás más "terrenales". Queda el crédito abierto para su próximo paso.
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