Por Hernán Cortés
Temores, dudas, soledad, angustias, inseguridades, ansiedad. Son efectos colaterales que acarrea más de una profesión pero que en el mundo de las artes muchas veces quedan expuestos en carne viva. Un microclima que Valeria Bertuccelli acaso conoce bien de cerca. En su debut como directora (en compañía de Fabiana Tiscornia), la actriz de Silvia Prieto, Un novio para mi mujer y Me casé con un boludo logra impregnarle toda esa incertidumbre a su protagonista, que por cierto no es otra que ella misma.
Robertina es una actriz al borde del colapso emocional. A pocos días de estrenar un unipersonal y con la ciudad empapelada con su rostro, no parece tener toda su atención puesta en ello. Se la ve más preocupada por si se corta la luz en el enorme caserón donde vive o por las rencillas de su personal doméstico. Pero lo que realmente la saca de su eje es enterarse de que su amigo Lisandro, que vive en Dinamarca, atraviesa una complicada enfermedad. Robertina no lo duda y parte allí para acompañarlo, desentendiéndose totalmente del inminente estreno. Su displicencia irá agotando la paciencia de los productores y técnicos de la obra, que la reclaman in situ.
En un papel que le calza como un guante -y que le valió el premio a la mejor actriz en el último Festival de Sundance-, Bertuccelli transmite con eficacia la crisis de Robertina, que se debate entre sus responsabilidades afectivas y profesionales. Acompañan la errancia de la protagonista bienvenidos detalles formales como la música a cargo de Vicentico y algunos elegantes encuadres.
Esa dualidad, ese intento de hacer equilibrio cuando internamente no se las tiene todas consigo, será el hilo conductor de la película, aunque por momentos el recurso se reitera al punto de resentir la narración. De todos modos, resulta una promisoria experiencia detrás de cámaras de alguien con sobrado talento frente a ellas.
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