Por Hernán Cortés
Llega a las salas un nuevo capítulo de esta suerte de alianza entre Jaume Collet-Serra y Liam Neeson, que ya lleva cuatro entregas (Sin Identidad, 2011; Sin escalas, 2014; Una noche para sobrevivir, 2015; y ahora es el turno de El pasajero) combinando cuidadas dosis de suspenso y acción, trepidantes persecusiones, estallidos varios y siempre con el protagonista de La lista de Schindler al frente del elenco. Una fórmula efectista pero que presenta signos de agotamiento.
En esta oportunidad, Neeson es un commuter (tal es el título original del film), alguien que viaja diariamente en transporte público. Cada mañana, Michael toma el tren que lo lleva a su trabajo en una aseguradora de Nueva York. Pero esa rutina se interrumpe abruptamente el día que lo despiden y, en el tren de vuelta a su casa, se cruza con una misteriosa mujer (Vera Farmiga) que le propone una importante suma de dinero a cambio de encontrar a un pasajero que tiene una información comprometedora. En principio Michael acepta, aunque rápidamente desiste y queda atrapado en un intrincado complot político-policial que pone en peligro a su familia.
Con algunas inconsistencias en el guión -que dan lugar a situaciones un tanto forzadas, cuando no inverosímiles-, la película no logra despegar de recursos ya transitados no sólo por Collet-Serra, sino por buena parte del cine norteamericano de este perfil: el juego del gato y el ratón, las teorías conspirativas, la moral del "hombre común" (Michael es un ex policía, para más datos). Eso sí, hay que destacar la vigencia física de Neeson, que a sus 65 años reparte trompadas y se cuelga de los trenes como aquel joven que fue.
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