Por Hernán Cortés
Guionista de más de un éxito en la taquilla local de la última década (¿Quién dice que es facil?, Un novio para mi mujer, Me casé con un boludo) y director de la no tan popular Juntos para siempre (2010), Pablo Solarz se aparta de la liviandad de aquellas comedias románticas para aventurarse en una búsqueda mucho más compleja (aunque sin abandonar el humor) y con mayor disponibilidad de recursos (filmó en cuatro países y contó con seis compañías productoras). El resultado final, sin embargo, no es del todo convincente.
Inspirado en vivencias de su abuelo y en alguna historia que escuchó, Solarz se propone recrear desde el presente los años del exterminio nazi en Polonia, donde muy pocos judíos pudieron huir. Uno de los afortunados fue Abraham Bursztein (Miguel Ángel Solá, notablemente caracterizado), quien recaló en Argentina y ahora, a sus 88 años, sus hijas quieren vender la casa donde vive y enviarlo a un geriátrico. Ante ese panorama, Abraham decide saldar una deuda moral y visitar en Polonia al amigo que lo ayudó a escapar, de quien nunca más supo. Claro que de esto pasaron siete décadas...
Solá deposita todo su talento en un personaje ya arquetípico (el anciano gruñón y testarudo pero de buen corazón) para esta road movie en la que todas sus piezas encajan previsiblememente. Se adivina que, pese a los inconvenientes de rigor, nada podrá salirle mal a Abraham en su periplo, ayudado por la buena voluntad de algunas personas con las que se cruza (brilla Ángela Molina entre unos secundarios un tanto desdibujados). El uso de flashbacks y la música recargada recuerdan que estamos ante un drama con toques de comedia y no al revés, pero la película no termina funcionando en ninguna de las dos vertientes.
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