lunes, 15 de mayo de 2017

Nadie nos mira (Argentina-Brasil-Colombia-Estados Unidos/2017). Dirección: Julia Solomonoff. Elenco: Guillermo Pfening, Rafael Ferro, Elena Roger, Marco Antonio Caponi. Guión: Julia Solomonoff, Cristina Lazaridi. Fotografía: Lucio Bonelli. Edición: Andrés Tamborino, Karen Sztanberg, Pablo Barbieri. Sonido: Alejandro Fábregas. Distribuidora: Primer Plano. Duración: 102 minutos. Salas:

Por Hernán Cortés

Ocho años después de El último verano de la Boyita, periodo en el que estuvo abocada a unitarios y documentales para televisión, Julia Solomonoff vuelve a la pantalla grande con Nadie nos mirá, y hay que decir que la espera valió la pena. Su nueva película es un contundente manifiesto cuyas ideas centrales son el desarraigo, la precariedad inmigratoria, la crisis vocacional, los desafíos de reinventarse y el temor a volver a fojas cero.


Nico (Guillermo Pfening) es un actor argentino de cierto renombre que abandona una serie exitosa y se instala en Nueva York. ¿El motivo? En principio, dar un salto de calidad en su profesión, con la chance de participar de una película filmada allí, pero luego se verá que la verdaderá razón del exilio es tomar distancia de Martín (Rafael Ferro), productor de la serie y con quien Nico mantenía una relación clandestina.

A la espera de que el proyecto se concrete y, por consiguiente, pueda tramitar su visa, Nico se las arregla para sobrevivir entre un trabajo de mozo, el cuidado del bebé de una amiga argentina residente (Elena Roger) y alguna que otra "argentineada", como cambiar precios de productos en el supermercado (o directamente robarlos). Pero la filmación se dilata y Nico se irá sumergiendo en un espiral de angustias, ilusiones y desencuentros, donde padecerá la frialdad de un entorno ajeno y comenzará a reconsiderar su orgullo por no pegar la vuelta.

Con un Pfening cada vez más consolidado -lo que le valió el premio al Mejor Actor en el reciente Festival de Tribeca-, y una Nueva York, a excepción del ominpresente Central Park, alejada de las postales turisticas, Solomonoff plantea una descarnada reflexión sobre el oficio del actor y algunas de sus miserias. Lo hace con sutileza y evidente conocimiento de una profesión plagada de apogeos y caídas (en cierto modo la película parece el reverso existencialista de Vaquero, de Juan Minujín). Alguien que fue cabeza de ratón a veces ni siquiera puede ser cola de león...

            

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