Por Hernán Cortés
Un desabrido título local (el original es The Founder) para una biopic con apenas un poco más de sal. Vaya paradoja la de Hambre de poder, película cuyo objeto de estudio concentra un sinfín de calorías. ¿De qué manera un vendedor en plena decadencia construyó el imperio gastronómico más grande de Estados Unidos? La respuesta habrá que buscarla en esta aproximación a la historia de Ray Kroc, la mente maestra detrás de McDonald`s.
Encarnado por Michael Keaton, Kroc es un audaz emprendedor que transita la década del 50 de fracaso en fracaso. Su última apuesta es la venta de maquinas para malteadas, actividad que lo obliga a recorrer las rutas estadounidenses en busca de clientes. En una parada en California, Kroc se topa con una casa de comidas que lo soprende no sólo por la calidad de sus hamburguesas, sino también por su practicidad: por más que esté rebosante de gente, no demoran ni un minuto en atenderlo. El local pertenece a los hermanos Richard y Maurice McDonald y se llama...McDonald`s. Con la excusa de colaborar con la expansión del negocio, Kroc no tardará en arrimarse a los dueños y poco a poco los irá desplazando hasta convertirse en amo y señor de la marca.
Por más que Keaton resulte un auténtico talismán a la hora de soñar con el Oscar (participó en Birdman y Spotlight, las ganadoras de 2015 y 2016, respectivamente), las aspiraciones de Hambre de poder son mucho más modestas. Sostenido en gran parte por el oficio y la versatilidad del actor, el film es un prolijo retrato de un sefl made man no exento de algunos conflictos (la ambición que lo lleva a traicionar a sus socios, sus desventuras amorosas) que tan bien funcionan en Hollywood. Una propuesta de rápido consumo y digestión, casi como una hamburguesa de Mc Donald`s.
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