El sacrificio de Nehuen Puyelli (Argentina/2016). Dirección: José Celestino Campusano. Elenco: Chino Aravena, Damián Ávila, Emanuel Gallardo, Daniel Quaranta, Aldo Verso, Darío Carvallo, Ana Nuñez. Guión: José Celestino Campusano. Fotografía: Eric Elizondo. Edición: Horacio Florentin. Música: Claudio Miño. Distribuidora: Independiente Duración: 88 minutos. Salas:
Por Hernán Cortés
Prolífico y visceral, el cine de José Celestino Campusano fue una las apariciones más estimulantes dentro del panorama local de los últimos diez años. A lo largo de su filmografía -compuesta por nueve títulos-, el director oriundo de Quilmes supo pintar como pocos un conurbano bonaerense en carne viva, con escenarios y personajes propios. Tras un fallido intento de retratar otros universos (Placer y martirio, de 2015, donde hacía mella en la clase alta porteña) y una rápido retorno al terreno conocido (El arrullo de la araña, también del mismo año), Campusano sitúa su nueva propuesta en la Patagonia rionegrina, en una región al pie de la Cordillera de los Andes, e indaga en problemáticas tales como la identidad indígena, el abuso terrateniente, la justicia y los códigos carcelarios.
El Nehuen Puyelli del título (Chino Aravena) es un curandero descendiente de mapuches que es envíado a prisión acusado de abusar de un menor de buena posición económica, dejando en su precaria vivienda a su madre, su hermano y su sobrino. Una vez en la carcel, Nehuen se encuentra en medio de un fuego cruzado entre dos bandos. Por un lado, el grupo de Ramón (Damián Ávila), un preso joven pero respetado, y por otro, un prepotente recien llegado (Emanuel Gallardo) que comienza a tener peso propio. Las cosas se complican con el arribo de un tercer recluso (Darío Carvallo), hijo de un inescrupuloso estanciero, que no tiene intención de abandonar las prácticas violentas que lo llevaron al encierro. La trama girará en torno a este cuarteto, cuyas historias se irán cruzando.
Campusano recupera un vigor narrativo que parecía haber quedado de lado, en el que hay un mayor espesor en los personajes (reaparece El Perro Molina, protagonista de un film anterior) y se suman enriquecedores elementos formales, como los sobrios planos generales y travellings. En el debe queda alguna bajada de linea sobre la conquista española que resulta un tanto forzada y el registro declamatorio en más de un diálogo (a esta altura, una marca de agua en este cine). De todas maneras, son más virtudes que reparos para un director al que se le puede achacar cualquier cosa menos falta de personalidad.
miércoles, 30 de noviembre de 2016
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