Por Hernán Cortés
Al igual que otros héroes anónimos, el procurador general alemán Fritz Bauer fue reivindicado tiempo después de su muerte. A mediados de los años 50, en su rol de jefe de los fiscales, inició una quijostesca investigación sobre el paradero del tristemente célebre Adolf Eichmann, oficial del SS y responsable de la deportación masiva de judíos. Bauer había recibido la información de que Eichmann estaba viviendo en Argentina y decidió rastrearlo y llevarlo a juicio a como de lugar, cosa que logró, pero su propósito no contó en su momento con el apoyo estatal. De ahí que a la película inspirada en su caso le sienta mejor como título la traducción del original Der Staat gegen Fritz Bauer (El Estado contra Fritz Bauer) que su "bautismo" local Agenda secreta.
Encarnado por Burghart Klaubner (con un sorprendente aire al escritor Ricardo Piglia), el Bauer de Lars Kraume es un viejo zorro de las leyes, tan astuto como mañoso. Su condición de judío y socialista le basta para estar enfrentado al poder de turno, que, a más de diez años del fin de la Segunda Guerra Mundial, todavía parece mirar con nostalgia al nazismo y se niega a colaborar en la búsqueda de Eichmann. Bauer sólo contará con la ayuda de Karl Angermann (Ronald Zehrfeld), un fiel fiscal al que aprecia, quizás por ciertas preferencias en común que no conviene develar. Juntos, desafiarán al sistema judicial alemán y recurrirán al Mossad, jugándose no solo el cargo sino también el pellejo.
Apoyado por la sólida pareja protagónica (el maestro y el alumno), el film oscila entre las convicciones y la burocracia que impide llevarlas adelante. Es cierto que las pistas que recibe Bauer respecto a Eichmannn son algo endebles (una carta proveniente de nuestro país y un presunto cambio de identidad), por lo que el guión se esfuerza en otorgarles la verosimilitud necesaria para que la trama no pierda vigor. La película también le da espacio a la vida personal de Angermann, que se sacrificará en beneficio de la investigación (habrá que remitirse a los hechos reales para verificar esas circunstancias)
Una curiosidad respecto a la elección de las locaciones. Antiguos vecinos de la zona norte de Buenos Aires podrán dar fe de que en esa época el lugar donde se ocultaba Eichmann era poco más que campo, pero, ¿una playa en San Fernando? (quizás haya una confusión con Villa Gesell, donde también se afirma que hubo desembarcos nazis). Si se omiten esas observaciones (proclamadas, claro está, desde nuestro país), Agenda secreta es una película correcta, tanto desde lo político como de lo estético, que no descolla, pero que recupera una figura fundamental para que en Alemania rija la justicia.
Apoyado por la sólida pareja protagónica (el maestro y el alumno), el film oscila entre las convicciones y la burocracia que impide llevarlas adelante. Es cierto que las pistas que recibe Bauer respecto a Eichmannn son algo endebles (una carta proveniente de nuestro país y un presunto cambio de identidad), por lo que el guión se esfuerza en otorgarles la verosimilitud necesaria para que la trama no pierda vigor. La película también le da espacio a la vida personal de Angermann, que se sacrificará en beneficio de la investigación (habrá que remitirse a los hechos reales para verificar esas circunstancias)
Una curiosidad respecto a la elección de las locaciones. Antiguos vecinos de la zona norte de Buenos Aires podrán dar fe de que en esa época el lugar donde se ocultaba Eichmann era poco más que campo, pero, ¿una playa en San Fernando? (quizás haya una confusión con Villa Gesell, donde también se afirma que hubo desembarcos nazis). Si se omiten esas observaciones (proclamadas, claro está, desde nuestro país), Agenda secreta es una película correcta, tanto desde lo político como de lo estético, que no descolla, pero que recupera una figura fundamental para que en Alemania rija la justicia.
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