Por Hernán Cortés
El debut detrás de cámara del actor peruano Salvador del Solar (protagonizó, entre otras, Pantaleón y las visitadoras, de Francisco Lombardi) muestra un descorazonado retrato de la Lima que no figura en los folletos turísticos. Esa ciudad gris, cuyas entrañas albergan informalidad, traumas pasados y frustración colectiva, es la de Harvey Magallanes (el mexicano Damián Alcázar), un ex soldado del ejercito peruano que participó en la guerra contra Sendero Luminoso. A Magallanes parece haberle pasado la vida por encima: vive en una cochambrosa habitación, maneja un precario auto que hace las veces de taxi y debe lidiar con la senilidad de un veterano coronel (Federico Luppi), al que asiste como chofer permanente.
El encuentro casual con Celina (Magaly Solier), una joven que cuando era menor de edad fue capturada por el ejército y abusada por el coronel, hace que Magallanes vea la oportunidad de aliviar su conciencia y, de paso, sacar a flote su situación económica. Hay una foto, ergo, hay un chantaje. Será el inicio de una serie de situaciones donde la desesperación del protagonista hará que sus métodos sean tan amateurs como el taxi que conduce.
Oscilando entre el thriller y el drama, Del Solar traza un ensayo sobre la culpa y las heridas que no cierran, al mismo tiempo que lanza sus dardos sobre la indiferencia de las clases acomodadas. Si bien la película tiene más de un momento interesante (la secuencia en la que Magallanes es extorsionador y víctima al mismo tiempo, por citar alguno), el déficit está en las interpretaciones, tanto las principales (da la sensación de que Alcázar le pudo haber sacado más jugo a su Magallanes y que Luppi está puesto apenas para justificar la coproducción) como las secundarias, que no logran el desarrollo necesario. La catarsis final de Solier redime no sólo a su personaje sino también al propio film.
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