Por Hernán Cortés
Camino a convertirse en un clásico (aunque él diga que solo filmará dos películas más y se retira), cada film de Quentin Tarantino viene acompañado de una enorme expectativa. En el caso de Los 8 más odiados, su flamante opus, hubo también escándalo: el realizador encabezó una protesta contra la brutalidad policial en Nueva York y la institución intentó, sin éxito, boicotear el estreno del film en su país. Pero previamente había sido el propio Tarantino quien, al filtrarse el guión en Internet, había amenazado con abortar su película. Afortunadamente cambió de opinión, porque nos hubiera privado de disfrutar de tres horas de un cine tan vigoroso como apabullante.
En Los 8 más odiados, Tarantino vuelve a ir por todo, utilizando géneros en desuso (en esta oportunidad, el western, continuando la senda de Django sin cadenas, su anterior opus), filmando en un formato grandilocuente como los 70 mm y convocando a una figura retro como Ennio Morricone para la música. De tanto reciclar elementos poco usuales, el director de Perros de la calle y Pulp Fiction parece haber encontrado una formula (que sabe explotar, ¡y cómo!) Al mismo tiempo, mantiene otras características tradicionales en su filmografía, como el cuidado trabajo de los diálogos o la presencia de algunos "históricos" en el elenco (Samuel Jackson, Tim Roth, Michael Madsen).
La historia se desarrolla en plena Guerra de Secesión norteamericana (entre 1861 y 1865) y tiene lugar en el estado de Wyoming. Una diligencia transporta a dos cazarecompensas, John Ruth (Kurt Russell) y Marquis Warren (Samuel Jackson), que llevan consigo a la prisionera Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) y algunos cadáveres. En el camino se topan con Chris Mannix (Walton Goggins), un presunto nuevo sheriff del pueblo donde se dirigen, Red Rock. Una tormenta de nieve obliga al grupo a alojarse en una cabaña que hace las veces de almacén y hostería, donde encuentran a tres desconocidos: Oswaldo Mobray (Tim Roth), verdugo también de Red Rock, Joe Gage (Michael Madsen), un errático vaquero, y el ex general Sandy Smithers (Bruce Dern).
Todos los personajes tienen un aura intrigante y nadie parece ser quien dice que es. Pero algunos son conocidos de larga data y la información se irá dosificando hasta llegar a un espiral de violencia sin retorno. Promediando la película habrá un sorprendente punto de giro que alterará la trama, lo que a su vez dará lugar al clásico recurso "tarantinezco" de modificar el punto de vista y la linea narrativa. Este film quizás sea, por estructura, el que más puntos de contacto tiene con Perros de la calle, ópera prima del director.
Es cierto que encontramos a un director cada vez más megalómano y recostado en si mismo. Pero en simultaneo, pese a su extensa duración, hay una película que no decae en ningún momento y que respira cinefilia por todos sus poros. Ya es un lugar común la afirmación, pero sí, Tarantino lo hizo de nuevo.
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