Por Hernán Cortés
Brad se desvive por Megan y Dylan: les prepara el desayuno, los lleva al colegio, se involucra con sus actividades extra escolares -como el coro, los boy scouts y el basquet- y hasta les lee un cuento cada noche. Todas cosas que lo harían un padre ejemplar...si fuera el padre. Ejecutivo de una radio y casado con la bella Sarah, el bonachón de Brad adora a los hijos de su mujer (que aceptan a regañadientes su cariño), pero no puede darle uno propio por una esterilidad provocada de manera insólita. Pero el primer esposo de Sarah y padre "posta" de los niños anuncia su regreso con la excusa de ver a los chicos, lo que alterará la apacible vida de la familia.
Encarnado por Will Ferrell (actor al que le sobra oficio para las comedias), Brad es tan amable como la música que pasa en su emisora ("jazz suave" es su slogan) e intentará confraternizar con Dustyn (Mark Wahlberg), pero este es su némesis: trotamundos, rudo, desaprensivo, manipulador, pero al mismo tiempo práctico, expeditivo y cultor de su físico y su moto. Lo que se dice, un verdadero macho alfa, al que los niños idolatran y al que Sarah, que al principio rechazaba la visita, volverá a mirar con interés. Las diferencias entre ambos papás (el biológico y el postizo) se harán evidentes para ganarse un lugar en la casa.
Guerra de papás es una típica comedia norteamericana con poco para destacar: la solidez habitual de Ferrell (Wahlberg apenas cumple y Cardellini está algo desdibujada), algunos gags que, por lo absurdos, arrancan una sonrisa, y unos acertados rubros técnicos, amén de cierta corrección política en el epílogo. No mucho más.
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